LOS OCHOS BRAZOS DEL
YOGA
El filósofo y sabio
hindú Patánjali, sistematizó la doctrina filosófica del Raja Yoga
Clásico en los Yoga Sutras. En el segundo y tercer capítulo de su
obra expone el sendero de los ocho pasos del Yoga, conocido como
Ashtanga Yoga. Estos ocho peldaños representan el camino que se
transita en la práctica del Yoga para la elevación de la conciencia
hasta unificarla con la Conciencia Universal, alcanzando el Samadhi.
Estos son los ocho grados del Yoga de Patánjali:
- YAMA: Son los preceptos ético-morales a desarrollar por el yogui en relación consigo mismo y con los demás. Todos deben ser practicados en pensamiento, palabra y acción. Constan de cinco principios:
AHIMSA: No Violencia.
SATHYA: No mentir, Amor
a la Verdad.
ASTEYA: No robar, no apropiarse de nada indebidamente.
BRAHMACHARYA: Uso consciente y sublimación de la energía sexual como fuente de energía espiritual. Control de los sentidos.
BRAHMACHARYA: Uso consciente y sublimación de la energía sexual como fuente de energía espiritual. Control de los sentidos.
APARIGRAHA: No
posesividad, generosidad en espíritu y acción.
- NIYAMA: Son observancias que cultivan cualidades positivas en el individuo y completan los principios ético-morales del Yama. Los Niyamas permiten una relación sana con nosotros mismos. Está conformado por cinco prácticas:
SAUCA: Purificación. A
todos los niveles, físico, emocional, mental y espiritual.
SANTOSHA: Es el
Contento, la paz del corazón. Permanecer en la calma interior
independientemente de las circunstancias.
TAPAS: Es la Austeridad
que nos conduce a la armonía. Equilibrio es Austeridad
SVADHYAYA: Es el
Autoconocimiento.
ISHVARA PRANIDHANA: Es
la Entrega a la Conciencia Superior.
- ASANA: Las Posturas Físicas del Yoga. Deben ser firmes o estables (Sthira) y cómodas (Sukham).
- PRANAYAMA: Control de la energía vital (Prana) a través de la respiración.
- PRATYAHARA: Retiro de los sentidos del exterior hacia el interior.
- DHARANA: Concentración de la mente en un mismo soporte u objeto.
- DHYANA: Meditación. Se profundiza el Dharana a través del sostenimiento prolongado de la conciencia en el objeto de atención.
- SAMADHI: Experiencia del Ser Infinito. Estado de Supraconciencia.
Yama y Niyama son
dependientes, están interrelacionados. La línea entre cada uno de
ellos es muy delgada, no se sabe con exactitud dónde comienza uno y
dónde termina el otro. Todo aquello que se considere como un acto
virtuoso está comprendido dentro de este código del Yogui. Yama y
Niyama conforman una Ley Universal muy sutil que rige la mente del
hombre y su karma. Su verdadera y profunda comprensión se realiza
con la práctica constante, consciente y con una fuerte volición.
La práctica de Yama y
Niyama hace que los deseos de la mente se transformen en profundos
anhelos del Ser. Son las raíces, los cimientos ético-morales sobre
los cuales podemos hacer crecer el árbol del Yoga
desarrollando a su vez la ramas restantes hasta alcanzar la última
de ellas, el Samadhi o Liberación.
En esta oportunidad,
desarrollaré sólo el primero de los Yamas, Ahimsa. En
próximas entradas, seguiré ampliando los demás principios y brazos
del Yoga de Patánjali.
AHIMSA
“Cuando
la No Violencia se establece plenamente, en su proximidad se suspende
la hostilidad”
Yoga Sutras, II. 35
Ahimsa es
una palabra sanscrita compuesta por la partícula “a” que
significa “no” y el sustantivo “himsa” que significa “matar”
o “violencia”. Es la no violencia, el amor en pensamiento,
palabra y acción. Constituye el yama por excelencia, ya que a partir de él
brotan naturalmente los demás, sólo el amor nos mantiene en
el camino.
El
amor, la no violencia o la bondad, no son privativos del yoga sino
que pertenecen a esos valores universales que son comunes a los seres
humanos de diferentes épocas, lugares y credos. Para practicar yoga no es necesario pertenecer o renunciar
a ninguna religión, creencia o ideología. Más bien el camino del
yoga nos guía a desarrollar progresivamente esos valores
universales, sea cual fuere nuestra cultura o tradición. Y nos ayuda
desde un punto de vista práctico, al llevarnos a la aceptación y el
cambio de todo aquello que nos impide cultivar estas cualidades.
Nuestra
verdadera naturaleza es amor incondicional y nuestra tarea es
regresar a ella, trascendiendo avidya
(la ignorancia). Esta ignorancia es la que vela y esconde el
verdadero entendimiento del Ser. Ahimsa nos
llama a reflexionar sobre nuestras actitudes y también sobre
nuestras respuestas a los estímulos del mundo exterior. Lo similar
atrae a lo similar, de tal manera que al integrar Ahimsa
en nuestro diario vivir estaremos atrayendo
lo mismo hacia nosotros.
Pero,
¿en qué sentido entendemos la “no-violencia”? Cómo nos
vinculamos con el mundo, tiene sus raíces en cómo nos vinculamos
con nosotros mismos. Hay que comprender que para dar algo a los
demás, lo primero es que nosotros nos convirtamos en aquello que
queremos dar. Debemos practicar Ahimsa
primero hacia nosotros mismos, pues todo aquello que nos hacemos, se
lo hacemos a otros y viceversa. Evitemos juzgarnos y violentarnos en
pensamiento, palabra y acción. Debemos empezar a cultivar Ahimsa desde el pensamiento,
pues la más bella o hiriente de las palabras o la más amorosa o
destructiva de las acciones siempre tuvo su origen en el pensamiento.
Hay un proverbio que nos dice sabiamente:
Siembra
un pensamiento y cosecharás una acción;
siembra
una acción y cosecharás un hábito;
siembra
un hábito y cosecharás un carácter;
siembra
un carácter y cosecharás un destino.
Aceptándonos,
amándonos y respetándonos en cada pensamiento, podremos traducir
esa energía en palabra y acción. Para internalizar Ahimsa -o
cualquier otro valor, cualidad o hábito positivo-, debemos usar el
discernimiento, la voluntad y la constancia. Ahimsa se convierte así
en un viaje hacia el interior de nuestros miedos o de nuestras
carencias, hacia todo aquello que nos impide conectar con la fuente
de nuestro amor incondicional.
Aún
cuando no cometamos el acto físico de violencia, si el pensamiento
de éste ya se originó, es una forma de violencia. El solo hecho de
pensar herir a alguien crea un Samskara
(impresión subconciente) en nuestra mente, y la próxima vez que nos
encontremos en una circunstancia similar, nuestra mente se activará
de la misma forma. Ahimsa
tampoco se trata de sumisión o pasividad. Luchar contra la violencia
no es bajar la cabeza y aceptarla. Es practicar activamente la ley
del amor y de la aceptación, así como de defendernos sabiamente
cuando sea necesario
El
camino hacia la no-violencia pasa por indagar qué origina nuestros
deseos de violencia, qué nos hace excluirnos a nosotros mismos y a
los demás del cuidado, el respeto y el afecto. Atravesando
creencias, condicionamientos y patrones, cuestionando y
desaprendiendo principios incuestionables podremos acercarnos al
origen de nuestra violencia, que es como decir a nuestro miedo. Si
nuestra intención va realmente más allá de la mera apariencia de
bondad o de la simple represión de la violencia, acabaremos
comprendiendo por qué hemos pensado, hablado y actuado de una
determinada manera y por qué al concientizarlo, ya no tiene sentido
volver a repetirlo. No se trata de un compromiso a ciegas, sino de la
consecuencia natural de un proceso. Es a partir de ahí, cuando
comenzaremos a hacer carne nuestro concepto de bondad.
A
través del cultivo interno de Ahimsa, emanaremos esa misma cualidad
hacia los demás pues sólo estaremos irradiándola al exterior. No
sólo es violencia el herir o matar. También lo es el abuso, por
leve que parezca. Y la falta de respeto, la exclusión, el rechazo o
el menosprecio, la imposición de nuestros deseos, ideas y nuestra
manera de ser, así como el ignorar la violencia
hacia otros. La consideración y el respeto es hacia todos los seres
vivos, -reino mineral, vegetal y animal-, al medio en el que vivimos y
del que vivimos. Es la práctica de amar incondicionalmente,
reconociendo la Divinidad presente en todos los seres. El camino
hacia Ahimsa es sutil y progresivo, pero, una vez comprendido que lo
que hacemos a los otros nos lo hacemos a nosotros mismos, resulta
enriquecedor y estimulante desde el primer paso.
Namasté
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