LOS OCHO BRAZOS DEL
YOGA. TERCER YAMA
ASTEYA
“Al hombre que no
toma lo que no le pertenece, acaban cediéndosele todas las riquezas”
Yoga Sutras II.37
En esta entrada sigo
desarrollando los Yamas que constituyen el primero de los Ocho Brazos del Yoga según Patánjali. Luego de ahondar en el Segundo Yama, Sathya, es el turno del Tercer Yama, Asteya.
Literalmente se traduce como No Robar, pero su dimensión va
más allá del concepto básico de no apropiarnos de lo que no nos
pertenece. Asteya involucra
otras formas de “no apropiación” ya sea en pensamiento, palabra
o acción. Asteya
es acrecentar nuestra conciencia para ir liberándonos de esa
inclinación a apropiarnos de todas las cosas, sea a nivel material,
mental, emocional, físico y energético.
Podemos estar, por
ejemplo, “robando” la energía, el tiempo y el espacio del otro.
El simple hecho de ser impuntuales, es un abuso al tiempo del otro.
De la misma manera, cuando alguien está dichoso y feliz, y decimos o
hacemos algo -sea por envidia, egoísmo o inconciencia- que diluye
ese sentimiento de goce y confianza del otro, estamos robándole al
otro su estado de bienestar.
Nos apropiamos o
“robamos” lo ajeno, cada vez que recibimos algo que nos viene
dado forma ilegítima, disculpamos o apoyamos desigualdades y abusos
-sociales, económicos o de cualquier índole-, obligamos o
manipulamos al otro a darnos algo que queremos de ellos (material,
emocional, físico) o dejamos de dar algo que nos corresponde desde
lo legal, lo ético o moral.
Al privar a otro de una
simple sonrisa o un gesto amable, o al apropiarnos de una idea ajena
como si fuese propia, incumplimos con lo que supone la práctica de
Asteya. Cuando irrespetamos los límites de otra
persona ya sea por controlarla, poseerla, absorberla para ser
nosotros el centro de atención, estamos apropiándonos del otro por
las inseguridades, carencias y miedos que nos atrapan desde el ego.
Si comenzamos por
practicar Asteya interiormente, transformando nuestra
mirada y trato hacia nosotros mismos, la relación que mantenemos con
el mundo se manifestará naturalmente desde este principio. En
primera instancia, podemos detenernos a indagar cómo nos “robamos”
o privamos a nosotros mismos de la plenitud mental, emocional y
física. Cuando vivimos continuamente en el pasado y en el futuro,
nos robamos el presente. Para vivir cada instante, es necesario estar
atentos y centrados en el momento, abiertos a la vida con una actitud
de gratitud y entrega.
A nivel mental y emocional, nos robamos nuestra serenidad y paz -y en
consecuencia la del otro- cuando vivimos sumergidos en pensamientos
caóticos que nos mantienen en el miedo, la ansiedad, la ira, la
envidia o la codicia. En este estado, siempre hay algo que nos
inquieta, nos entristece o nos molesta, y ello despierta en nosotros
un deseo por obtener aquello que creemos nos devolverá la calma y la
felicidad.
Nos encontramos así incorformes con la vida, y nos embarcamos en la
búsqueda incesante de obtener siempre algo más.... pensamos que si
tan sólo tuviésemos ese coche, ese trabajo, esa pareja o cualquiera
otra cosa que anhelamos, nos sentiríamos plenos. Pero cuando
llegamos a obtenerlo, buscamos algo nuevo convencidos de que ello sí
nos traerá la felicidad. Y así podemos pasar por la vida con un
sentimiento de insatisfacción y una incapacidad para disfrutar de lo
presente, manteniéndonos en el deseo irrefrenable por ser, hacer o
tener más.
Tampoco se trata de no tener metas o deseos que alcanzar, sino evitar
que nuestra felicidad dependa de conseguirlos o no. De lo contrario,
permaneceremos imbuídos en un sentimiento de carencia y observando
lo que quisiéramos obtener o lograr, en lugar de agradecer y poner
la mirada en todo aquello que sí tenemos. Vivimos creyendo que no
somos capaces de generar lo que necesitamos para estar plenos.
Debemos trabajar por liberarnos de esa creencia falsa de carencia y
escasez que nos lleva a acaparar y apropiarnos de lo ajeno y a
privarnos de experimentar la abundancia que existe permanentemente
aquí y ahora.
El punto de partida siempre recae sobre nosotros mismos. Al observar
nuestros pensamientos y acciones, podemos darnos cuenta de cómo nos
robamos el autorespeto y el amor propio, cada vez que tenemos
pensamientos y conductas de rechazo y castigo hacia nosotros mismos.
Una vez más, la autoindagación es nuestra herramienta más valiosa
para ir puliendo los pensamientos, acciones y hábitos que nos lleven
a desarrollar un carácter basado en el amor, la verdad, la
honestidad y el respeto hacia nosotros y, en consecuencia, hacia el
resto de los seres.
Desde el punto de vista físico, podemos practicar Asteya
alimentándonos de forma sana pero sin caer en los extremos que nos
priven de incluir aquellas comidas que disfrutamos. También, en
nuestra práctica de yoga, se trata de saber respetar los límites
del cuerpo, sin sobreexigirle ni pretender llegar a la postura
perfecta, sino por el contrario, entregarnos a la práctica atentos y
centrados al momento presente poniendo nuestra mejor voluntad e
intención.
Para mantener una armonía a nivel energético, podemos educarnos en
escuchar nuestra voz interna en la búsqueda de un equilibrio entre
el hacer y el “no-hacer”, entre la acción y la inacción -que
usada concientemente se torna activa pues trabaja en beneficio
propio- y evitar “robarnos” a nosotros mismos energía y salud.
Tal como lo anterior, a cada momento la vida nos presenta
oportunidades para adoptar conductas y tomar elecciones que nos
permitirían estar plenos, crecer y amarnos. Muchas veces nos
privamos de ellas por falta de estima, por mantenernos en nuestro
espacio de aparente seguridad, de perfección y autoexigencia o por
actuar de acuerdo con lo que suponemos que otros esperan de nosotros.
Así actuamos como ladrones de nuestra espontaneidad, ilusión y
pasión por expresar y hacer lo que realmente sentimos. Nos “robamos”
la capacidad de confiar en nosotros mismos, de abrirnos a la belleza
de vivir, de amarnos, de amar y ser amados.
Por
el contrario, si practicamo Asteya
aprendemos a establecer los límites sanos a nuestro espacio, energía
y tiempo, en lugar de “robarnos” o privarnos el bienestar y el
autocuidado. El saber decir que “no” a otra persona -sin
sentirnos culpables por ello- es una forma de poner límites cuando
percibimos que, en el caso de acceder, estaríamos asumiendo
reponsabilidades ajenas o nos estaríamos irrespetando emocional,
mental o físicamente.
En
aquellos casos en los que, por ejemplo, otra persona nos maltrata y
subestima, sea por su palabra, actitud o conducta, podemos escoger
liberarnos de ese vínculo tóxico que nos mantiene en un inútil
estado de víctima y nos causa malestar. Para ello, debemos ahondar
en nosotros y en el porqué permanecemos apegados a una relación que
roba nuestro estado de armonía y plenitud.
“Has tomado
conciencia de que puedes elegir no tener más que ver con situaciones
que te debilitan? Ahora dime, ¿con quién o con qué quieres tener
que ver? No tienes por qué arrastrar contigo -tampoco detrás de ti-
aquel vínculo que tanto te lastima. Cámbialo, mejóralo o defínelo,
pero no sigas aceptando que otro te hiera o te maltrate.
No sigas
maltratando tú, es pérdida de tiempo y de energía. Ambas cosa se
te dieron para un empleo diferente, no para el sufrimiento que tú
infliges como espejo de la violencia que te ofrece el otro.
La piedra de toque
es la mirada. La mirada del otro y la tuya propia sobre ti. ¿Qué
crees tú que ve el otro que te mira? Es probable que sientas que ve
aquello de ti que tú no aceptas, poniendo así afuera lo que es tan
sólo tuyo, lo que crees de ti ¿Quién te mira cuando un otro te
mira? ¿Es él mismo o es otro que, salido de ti, tampoco eres tú
sino el fantasma de alguien que te señaló un día que no eras grato
de mirar? Cuando alguien te mira, ¿te sientes mal o puedes
disfrutarlo? Si te sucede lo primero, es señal de que tu
autoexigencia -lo que aprendiste- ha tomado las riendas.
¿Podrías cambiar
esa mirada sobre ti, convertirla en cordial, contenedora, amante, en
lugar de ésta enjuiciadora y prejuiciosa? El día en que puedas
mirarte con amabilidad serás amable y aprenderás que la vida puede
ser más fácil. La mayoría de los problemas deviene de esta
costumbre de mirar todo desde el bastión de aquella desconfianza a
la que sometiste tu alegría, la que aprendiste el día en que te
convenciste de que el amor -cualquier amor, todo amor- tenía precio.
Si no cambias esa
mirada sobre ti no existirá futuro porque te habrás condenado a
repetir el mismo juego de defensa y ataque, justificación y
vergüenza, culpa y agresión, y tu existencia será un sitio vacío,
un error. Hazte a un lado de ti y obsérvate. Tú mereces la vida; lo
que has hecho de ti -esa persona a la que ahora ves- es un ser digno
del amor más alto, y todas tus fallas no son sino hechos del pasado.
Hoy mismo es el futuro que empieza, cada día también empieza para
ti. Devuélvele la dulzura a tu mirada, deja que aquello tierno que
tú ansías recibir brote de ti y se expanda, y acéptalo después
cuando te sea retornado con la certeza de que tú lo mereces.”
Swami
Sathya Sai Baba
Al
practicar Asteya,
experimentamos continuamente un estado de gratitud. Nos entregamos al
flujo perfecto de la vida, agradecemos y permanecemos centrados en
cada momento, nos dejamos fluir y respetamos el ritmo y la realidad
del resto de los seres. Apreciamos nuestra existencia y elevamos la
conciencia a un estado de amor, confianza y abundancia. Nos sentimos
plenos y por tanto, dejamos de buscar afuera la felicidad que
realmente está dentro de nosotros.
Al
reconocer y experimentar ese estado permanente de abundancia y goce
interior, el Universo nos lo devuelve naturalmente en retorno.
Podemos vivir el presente sin miedo ni apego al pasado o al futuro,
gozando cada momento que nos trae la vida sabiendo que recibimos
aquello que necesitamos para seguir en el camino e irradiando la
gratitud y plenitud que brotan desde el Amor y la Verdad.
Namasté
Comentarios
Publicar un comentario