El asana que tanto rechazamos esconde el mayor de los regalos


Aquellas posturas que mas se nos resisten o incomodan en la práctica de Yoga son las que quizás nos ofrezcan una transformación más profunda ...ciertamente esas asanas que nos gustaría evitar o saltarnos en la práctica porque nos causan tensión, dificultad o incluso nos dan miedo...esas son las posturas que más nos están abriendo la puerta al autoconocimiento y seguramente son las que más necesitamos ....es necesario reconocer que ello no significa ni mucho menos ir más allá de las señales de protección que el cuerpo emite a través del dolor, pero sí significa reconocer que podemos rendirnos y respirar a través de esas sensaciones menos agradables, incómodas, podemos respirar y atravesar una sensación molesta sin que ello signifique ser masoquistas o hacernos daño porque allí perderíamos cualquier sentido yóguico de nuestra práctica -recordemos el primer yama: ahimsa, no violencia hacia nosotros mismos ante todo-.

 
El dolor como sensación no es algo que se quiera buscar. Existe una barrera muy sutil entre buscar el dolor físico desde un patrón de autoagresión y autoexigencia o de observar la presencia de aquella sensación molesta que no proviene de una incorrecta alineación o de cierta limitación física sino que es una "incomodidad" o "resistencia" que podemos observar, respirar, atravesar siendo testigos de cómo pueden llegar a disolverse en la nada. Ciertamente cuando en lugar de negar o reprimir, aceptamos y abrazamos todo lo que viene a nosotros, somos capaces de experimentar una liberación...en palabras de Carl Jung, "Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma".

Esas posturas en las que nuestros miedos comienzan a salir a flote, en las que el cuerpo parece repentinamente volverse rígido, y nos cuesta respirar libremente ...allí es donde podemos aprender a abordar el asana desde la conciencia de la observación sin querer sobrepasar los límites concientes de lo físico, pero sí desarrollar la contemplación del testigo interno hacia todo aquello que aflore y darle la bienvenida, aceptarlo, respirarlo, permitir que sea lo que es y entregarnos a eso...y desde allí ser pacientes, respetuosos y compasivos con nosotros mismos en el proceso... sin apresurarnos en búsqueda de resultados o avances en uno u otro sentido.

Al dejar que el cuerpo hable e ir agudizando la conciencia del testigo interno aprendemos a abrirnos a las señales que desde lo más primario pueden parecer meramente físicas pero que, si seguimos sumergidos en ellas, pueden llegar a mostrarnos patrones encerrados en nuestra memoria celular. El cuerpo simplemente refleja la imagen que tenemos desde el ego de nosotros mismos en nuestra compleja red de aversiones y apegos, de "samskaras" -impresiones mentales-, y cada vez que nos entregamos a la postura observando y respirando en pleno estado de presencia, comenzamos a "disolver" esas impresiones del ego y éste que se ve amenazado y teme ser dejado de lado, se refuerza provocando una respuesta violenta en el cuerpo causando diversas sensaciones violentas y molestas.

Si permanecemos ecuánimes, si atravesamos ese espacio crítico de "resistencia" recibiremos la gran bendición de cultivar la meditación en la práctica, experimentaremos como aquellas posturas que son menos agradables pueden estar escondiendo una oportunidad de reconocer, atravesar y liberar patrones mentales y emocionales que se fueron asentando en nuestros tejidos, en nuestra memoria celular. Allí reside una verdadera liberación...una muerte...que como cualquier muerte resulta dolorosa hasta que somos capaces de abandonar la imagen que tenemos de ella, desidentificarnos por completo. Tal como afirmaba el Maestro Iyengar: "El yoga es transformador. No sólo cambia nuestra forma de ver las cosas, sino que transforma a la persona que ve."

Namaste

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